Voy a decir una verdad absoluta. En España, si no “tienes pueblo” no eres nadie. Y si no tienes un amigo o amiga que te invite a su pueblo, entonces estás perdido.
Durante los años 60 se dió una importante migración del campo a las ciudades. Miles de personas que vivían en el ámbito rural se trasladaban a las grandes ciudades, después de un proceso de industrialización, en busca de una vida mejor. Lo que se conoce como éxodo rural.
Mi padre y mi madre, que son un poco más jóvenes, siguieron esa estela a finales de los 70, cuando emigraron del pueblo a la gran ciudad, léase ciudad dormitorio a las afueras de Madrid.
Así que los que somos hijos e hijas de esa generación hemos pasado los veranos, vacaciones de Semana Santa, Navidades y cualquier festividad en el pueblo. Volviendo a las raíces de nuestros padres, y aunque hayamos perdido algo por el camino, también a las nuestras. Y saboreando la libertad que daba estar fuera de la gran ciudad.
Los veranos de los 90 tienen sabor a bocadillos de tomate fresco con aceite de oliva y sal.
Los veranos de los 90 significaban pasar la tarde jugando con tus primos y hermano a V, simulando comer ratones como los “malos” de la serie de televisión, o al Equipo A (A Team), subidos a remolques y tractores, intentando salvar el mundo con armas hechas con tuberías y herramientas viejas. Bañarse en el río y tener mini accidentes en moto. Cicatrices de guerra, o lo que es lo mismo, un verano con historias para contar.
Ya en la adolescencia, los veranos de los 90 - principios de los 2000 - significaron el primer amor, las primeras fiestas, salir de casa sin hora de llegada (algo impensable en la ciudad) o lo que viene a ser, entrar en casa solo para dormir. Eso sí, los mini accidentes en moto continuaron.
Después vinieron las ganas de conocer mundo y todo eso se nos quedó pequeño. Vuelos de miles de horas y escalas interminables para conocer lugares increíbles y culturas exóticas. ¡Qué bonito es viajar!
El pueblo pasó a un segundo plano.
Hasta que llegó el Covid19 y entonces comenzamos a relativizar todo. Un verano especial. Un verano en el que entendemos que en el pueblo no se está tan mal. Que no es necesario irte a la otra punta del mundo para disfrutar. Que los paseos en bici, las comilonas, las siestas largas y las partidas a las cartas con los viejos amigos también pueden convertir tu verano en algo especial.
Un verano rural, sin prisas, sin vuelos, sin escalas y con los de siempre.
Volvemos a los veranos de los 90. Yo ya tengo mi bono de piscina para todo el verano.
La foto es mía.
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