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Por si alguien se queja

Trabajo de lunes a viernes de 9:00 a.m. a 6:00 p.m. en una oficina. Comparto espacio, muy limitado, con cinco personas más. Lo que nos protege las unas de las otras son pantallas protectoras y mascarillas cuando no podemos mantener la distancia de seguridad. Los bares y restaurantes en toda Cataluña están cerrados, lo que nos obliga a comer en nuestro puesto de trabajo.


Para llegar a dicha oficina recorro la ciudad de punta a punta. Por suerte, Barcelona no es muy grande. Lo que hace que pase un total de 70 minutos al día en el metro. Compartiendo espacio, aire y virus con personas que no forman parte de mi círculo de convivencia.


Barcelona está cerrada perimetralmente los fines de semana, así que tampoco podemos salir de la ciudad. Bares, restaurantes, cines, teatros, gimnasios, salas de conciertos, entre otros espacios culturales y de ocio, están cerrados.


En este contexto pandémico, el deporte físico y mental (aquí hablo del yoga) se ha convertido en mi mejor aliado, y diría, que no soy la única con este sentimiento. Así que esos momentos de deporte son mi mejor momento de la semana. Eso, y grabar #DiferenciaHoraria con Vane.


Dos días por semana y los fines de semana entreno al aire libre. En una zona peatonal y aislada dentro de la ciudad. Una zona muy poco transitada por viandantes, lo que hace que ni molestemos ni “nos molesten”.


Los entrenadores siguen las reglas del juego al pie de la letra. Distancia de seguridad entre nosotros, no interacción y ejercicios individuales.


Este sábado éramos un grupo relativamente grande de personas entrenando en ese espacio. Es lo que tiene el toque de queda y la ausencia de bares. La vida se limita mucho y no te importa madrugar un sábado para hacer sentadillas.


Volviendo al tema, la distancia mínima entre nosotros era de entre 2 y 3 metros. Más que en mi oficina cerrada y más que en los 70 minutos diarios de mi trayecto en metro. Durante la hora que duró el entrenamiento no fueron pocos los curiosos que desviaron su camino para ver qué hacíamos allí. Y de esas personas, no fueron pocas las que decidieron sacar su móvil y grabar lo que estaba pasando. Un grupo de personas entrenando en un lugar privilegiado de la ciudad.


Y aquí es donde viene la duda. ¿Qué harían con esos vídeos? ¿Grabación a modo de envidia sana por cómo un grupo de gente entrena bajo el sol barcelonés en un punto privilegiado de la ciudad? o ¿intento de denuncia social a través de las redes?


Nunca lo sabremos, a no ser que alguien me haya visto en el Instagram de su “seguido” y me lo haga saber.


Sea como fuese, las personas que estábamos entrenando nos sentimos incómodas precisamente por la posible repercusión de esos vídeos.

En la mitad del entrenamiento, llegó la policía, dos coches, se estacionaron y estuvieron varios minutos observando desde la distancia. Finalmente, los entrenadores, tras dejarnos unos ejercicios, decidieron acercarse a hablar con ellos para ver si estaba todo bien. “Todo bien, dijeron, pero la próxima vez en grupos de 6, no vaya a ser que alguien se queje”. ¿Alguien?


Esto pasó dos días después de que un reconocido periódico decidiera organizar una fiesta y entrega de premios donde, según ellos, hubo un total de 80 personas. Ochenta personas “importantes” de nuestro país: políticos, empresarios y jueces, entre otros.


Y yo digo, con todo lo expuesto...quizá la queja debería dirigirse a otro lado. Y no a tu vecino/a que intenta sobrevivir en una situación que comienza a ser insostenible.

Foto: Canva

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