En Barcelona acabamos de entrar a la Fase 2 de la desescalada. La verdad que no sé muy bien qué implica esta nueva fase. Solo sé que estoy más cerca de las croquetas de mi madre y que era más feliz durante el confinamiento total. Fail en desescalada.
Según mi diario del #confi no fue hasta el día 43 que empecé a agobiarme por esta sensación de domingo eterno. Todo un logro personal. Si vuelvo atrás y analizo el porqué de esa felicidad en plena pandemia hay algo que me llama la atención: orgullo por sentir que se estaba gestando un sentimiento de comunidad.
Es curioso cómo una sociedad que muestra siempre una división en CUALQUIER aspecto y una clara falta de entendimiento y escucha por las diversas partes, se une de manera rápida y solidaria en los momentos de mayor crisis. Algunos ejemplos:
La sociedad madrileña fue todo un ejemplo de solidaridad y apoyo tras los atentados terroristas del 11 marzo de 2004. Taxistas dejaron de hacer servicios privados para trasladar a las personas heridas a los hospitales; vecinos y vecinas se acercaron a las zonas donde yacían las víctimas para ayudar con mantas y agua; personas trabajadoras de las zonas aledañas dejaron su día a día para ayudar y acompañar a las víctimas. Tanto en Madrid como en el resto de España había largas colas para donar sangre. Un día muy gris que nos dejó muy bien parados como sociedad.
Dos años antes, en 2002, se hundió el Prestige en la costa gallega. Dejando tras de sí más de 64.000 toneladas de petróleo. Fue el mayor desastre ecológico producido en Europa. Más de 65.000 personas voluntarias de toda España llegaron a Muxia (Galicia) para ayudar en las tareas de limpieza y recogida de chapapote en las playas de la zona. Hoy, esos voluntarios sufren fuertes problemas de salud.
Este sentimiento de vivir en sociedad se volvió a dar las primeras semanas del confinamiento: asociaciones vecinales se organizaron para recoger y distribuir alimentos a los más necesitados; personas anónimas comenzaron a tejer mascarillas y las entregaban a los conventos o residencias de ancianos; el hospital de Campaña de IFEMA en Madrid se construyó en pocos días gracias a la UME (Unidad Militar de Emergencia) y a cientos de personas autónomas y desempleadas que participaron de forma altruista.
Y en los barrios: DJ´s de balcones que amenizaban los post aplausos a todo el vecindario; carteles en los edificios ofreciendo ayuda a los más mayores; carteles en los balcones con un “todo irá bien”; sonrisas al otro lado de la mascarilla; los buenos días, las buenas tardes, el gracias. Pequeñas acciones vecinales que anteponen el respeto y los cuidados.
Pero empezó el "desconfinamiento" y con ello la crispación: empezamos a mirar más lo que hacían los otros y menos lo que hacíamos nosotros mismos; nos molestaba que los niños y niñas salieran, que no salieran; contábamos los km que hacían los runners; medíamos con un metro imaginario la distancia social que nos enseñaban los medios de comunicación en los paseos que grababan en las grandes ciudades; contábamos las veces que salían los dueños de los perros a pasear (bueno...esto desde el principio). Odio, crispación e irascibilidad.
El "desconfinamiento" nos ha devuelto a la realidad de lo que somos. Odio, crispación e irascibilidad.
En Perú hay una frase que engloba muy bien este sentimiento: “¿Cuándo se jodió el Perú?”.
Yo me pregunto…¿Cuándo se jodió España?
Parece que necesitamos crisis para crear una sociedad mejor. Quizá sea raro aceptarlo, pero yo, quiero volver al confinamiento.
La foto es mía.
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