He pasado el fin de semana en una casa del S. XVII, propiedad de la madre de unos amigos, en el norte de España (GMT + 1). Estos cuatro días se pueden resumir en siestas, comilonas, juegos de mesa y risas en un entorno espectacular.
De los allí presentes, tan solo el 40% tiene un trabajo estable. O lo que es lo mismo, un 60% de los presentes estamos desempleados. Hombres y mujeres de entre 33 y 38 años. O más conocidos, gracias a los medios de comunicación, como la llamada “generación perdida”. Los expertos dicen que somos la generación mejor formada de la historia de España. Hemos tenido acceso a una educación pública y de calidad, tenemos títulos universitarios, títulos de máster, idiomas y hemos salido a conocer mundo. Pero no tenemos trabajo. Y somos la primera generación que vive peor que sus padres, y sobrevive gracias a ellos. La generación perdida.
Y yo no sé si somos la generación perdida o la generación que dejaron perder. De ese 60% de amigos desempleados, el 100% hemos vivido en al menos 3 países diferentes. Hemos aprendido nuevos idiomas, nos hemos enfrentado a nuevas culturas y códigos, hemos salido de nuestra zona de confort, hemos conseguido grandes logros a nivel personal y profesional en entornos desconocidos. Y la verdad, fuera de casa no nos ha ido tan mal.
Más que generación perdida es una pérdida de talento.
Supimos reinventarnos en la crisis financiera internacional del año 2008, recién licenciados y con altas expectativas que se esfumaron de manera inmediata. Sin habernos recuperado de esa situación y con plena incertidumbre, volvimos a salir de nuestra supuesta zona de confort, allá por el año 2012, durante la crisis de la deuda soberana que tanto afectó a determinados países de la Zona Euro, principalmente a Portugal, Irlanda, Grecia y España, lo que se denominó despectivamente como PIGS (cerdos / chanchos).
Ocho años después, y cuando todavía no habíamos alcanzado la estabilidad laboral, llega una pandemia mundial y con ella su correspondiente crisis económica. La verdad, no pinta nada bien. Quizá lo que más angustie es saber que las oportunidades que se presentaban fuera ya no se darán y que no será tan fácil hacer las maletas para empezar de cero en otro sitio, algo que hemos aprendido a hacer muy bien. Quizá lo que más angustie es que toca reinventarse jugando en casa. Y en casa el viento no suele soplar a nuestro favor laboralmente.
Durante el fin de semana salió este tema en varias conversaciones. Es inevitable. El 100% de ese 60% de amigos en desempleo trabajamos en proyectos personales con la esperanza de que estos proyectos se lleguen a monetizar. Sabemos que tenemos que dar un paso a un lado, y estamos convencidos de que toca empezar de cero. Pero nos falta lo más importante: saber cómo y dónde. Porque somos la generación no perdida.
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