El otro día Vane (GMT -3) me contaba que por fin había conseguido su cédula de residente en Uruguay. Al parecer los trámites no habían sido muy complicados pues tanto Perú como Uruguay pertenecen al MERCOSUR. Es algo así como la Unión Europea de países de América del Sur.
Esa misma semana Instagram me recordaba que hace años Óscar y yo salíamos del Perú para “renovar” su visado de turista. En aquel momento cruzábamos por Desaguadero, frontera con Bolivia. Sello salida de Perú, sello entrada a Bolivia, sello salida Bolivia, sello entrada Perú y listo, ya tenía sus correspondientes 180 días para poder estar de nuevo en casa de manera legal.
En esos siete años de vida peruana no fueron pocas las veces que tuvimos que salir del país para renovar el visado de Óscar: Copacabana (Bolivia); Arica (Chile); Guayaquil (Ecuador). Y en alguna ocasión aprovechamos viajes más largos para hacer la correspondiente renovación.
En la mayoría de los casos nos servía como excusa para viajar. Escapadas de 4 o 5 días para conocer alguna zona de los países vecinos. Inmigrantes “de bien”.
¿Qué ocurría si te pasabas de los 180 días que indicaba tu pasaporte?
En ese caso la multa era un dólar por cada día que pasaras de más en el país. Es decir, tu legalidad se medía en dinero. No te deportaban, no te metían una noche en el “calabozo” y no te denegaban la entrada al país. Pagabas, salías y volvías a entrar hasta la próxima. La verdad, no sé muy bien qué pasaba si no tenías los dólares necesarios para pagar tu multa. Inmigrantes “de bien”.
Estas medidas se “recrudecieron” en nuestros últimos años de vida en Perú. Los maravillosos 180 días con visado de turista pasaron a ser computables en el periodo de un año y no cada vez que entraras al país.
En aquella época Óscar viajaba mucho a España, así que el regreso a Perú ya no dependía 100% de nosotros, sino que nos teníamos que ceñir a sus días previos como turista en el país dentro de esos 365 días. Y siempre quedaba la duda de si al llegar a Migraciones del Perú le dejarían entrar.
En mi caso, tan solo tuve que salir una vez del país para renovar mi visado de turista. Al poco tiempo, la empresa para la que trabajaría por los dos siguientes años, tramitó mi residencia y solo tuve que pasar cinco horas de un martes de noviembre de 2012 en la Superintendencia Nacional de Migraciones. Inmigrante “de bien”.
Y cada diciembre de los próximos seis años tenía mi cita anual con dicha Institución donde debía entregar los documentos correspondientes para renovar mi residencia: últimas tres nóminas, contrato vigente de trabajo y algún que otro documento que indicaba que yo era “legal”.
Fuimos inmigrantes. Sin miedo a ser deportados de lo que huíamos. Sin miedo a ser rechazados. Sin miedo a que nos pidieran “los papeles” por la calle.
Fuimos inmigrantes “de bien”.
Foto tomada por mi.
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