Empiezo a escribir movida por una noticia que leí por ahí y que involucra a Gerson Ames Gaspar, profesor originario de Huancavelica, Perú que ha sido nominado a The Global Teacher Prize -casi como el “Nobel de Eduación”- que en este contexto pandémico, camina 10 kilómetros día a día para darle clases a sus alumnos.
Este hombre es consciente que sus alumnos no cuentan con internet, ni televisión, ni radio, ni celular para acceder a la plataforma “Aprendo en Casa”, lanzada por el Ministerio de Educación. Así que, pizarra y plumón en mano, tomando la famosa distancia social, toca la puerta de cada uno de sus alumnos y les acerca el conocimiento, como lo viene haciendo hace 15 años.
En esta cuarentena, las entidades educativas se han visto en la necesidad de reinventarse y migrar al online. Los maestros, que tenían sus clases listas para darlas de manera presencial, han tenido que reformular -y en tiempo récord- su metodología, sus actividades y tareas para que sus alumnos reciban el mismo contenido de una manera completamente diferente. Muchos maestros, no digitales, pero con una experiencia extraordinaria, han tenido que sumergirse durante días - buenos, malos, frustrantes y emocionantes- en entender el funcionamiento de plataformas digitales para llegar a sus alumnos.
Esta nueva forma de aprendizaje ha desatado en las redes sociales algunas burlas, vilmente replicadas, por parte de algunos alumnos hacia sus profesores por su falta de dominio de las herramientas digitales. También, se han desencadenado quejas de padres de familia indignados por el “escueto” contenido que tienen las clases que les imparten a los hijos a través de una pantalla. A mi parecer, en ningún caso se toma en consideración al ser humano que viene trabajando incansablemente para que sus clases sean efectivas y, la verdad, no hay nada que me indigne más (tocaron mi corazón de profe), así que quería escribir algo al respecto.
Para redactar algo sensato y cercano, me puse en contacto con muchos profesores universitarios amigos míos y con ex alumnos. Esto, para validar mi hipótesis sobre el poco valor que algunos -varios, muchos- alumnos le dan a sus profesores; y sus respuestas me dejaron gratamente sorprendida.
Todos los profesores coincidieron en que existe mucha amabilidad y disposición de aprender por parte de los alumnos. A su vez, resaltaron que la exigencia académica no llega a ser la misma que cuando un alumno está recibiendo clases en condiciones normales -llámese: no pandemia-. Por el lado de los alumnos, están de acuerdo en que recibir clases es como abstraerse de la situación actual.
Estando ambas partes bajo las mismas circunstancias: encerrados, con responsabilidades en casa, ansiosos y con mucha incertidumbre; se ha establecido una nueva relación de mayor comprensión y que se fortalece con el pasar de los días. Ya el alumno, no se queja de su profesor y lo tilda de "inhumano", "explotador" y todos esos adjetivos de alguna vez le dijiste -en tu cabeza- a tu profesor.
Esta empatía compartida, ha encendido esa llama que se había apagado en los profesores tras la noticia de la cancelación de las clases presenciales. Porque, aunque no lo crean queridos alumnos, quienes se paran frente a ustedes a dictar una clase, lo hacen única y exclusivamente por pasión.
Así que, las respuestas entusiastas de los profesores y los comentarios positivos de los alumnos, felizmente, anulan mi hipótesis inicial.
Al final de esta situación, comentan los profesores, la inteligencia que más se desarrollará será la emocional. Los alumnos con un “muchas gracias por escucharme profe” están motivando a sus maestros, reflejados en Gerson Ames, a reformular su metodología las veces que sea necesaria, con el único fin de formar mejores profesionales y, sobre todo, mejores seres humanos.
Foto: El Mundo
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